No
llevabas ninguna de esas camisetas que siempre te decía que te
quedaban pequeñas, ni me mirabas ni me aguantabas la mirada y solo
querías acabar. Conmigo. Con ese nosotros que nunca escribimos.
Y ahí
estabas, mucho después, diciéndome que de verdad habías sentido
algo, diciéndomelo ahora, cuando ya no quedaba nada. Diciéndomelo
ahora, cuando yo ya no podía hacer nada. Allí, en ese lugar en el
que nunca nos besamos, me decías que tú sí habías conseguido
olvidar algo que yo nunca creía que pudieras recordar.
Entonces,
en este mucho después que es ahora, yo aún recuerdo las noches de
verano, los besos furtivos, los libros, el olor a ti en mi piel. Esa
sensación pegajosa de permanente alerta no fuera a reventar una caja
a la que estaba pidiendo demasiado. El miedo constante a concederte
lo que nunca creí que quisieras más que como trofeo. Las
alambradas, las canciones y todas las noches que quise dormir contigo
y no lo hice. Mi huida final, en otra cama, solo por sentir la
evidencia de tener aún el control. La certeza, después, ya tarde,
de no tenerlo. Y justo antes del estallido final, las ganas de
besarte.
Ahora,
cuando ya es mucho después, da igual que tenga a mis pies una caja
hecha añicos. Ahí estabas, como antes, para decirme que nada
volvería atrás, que nada avanzaría tampoco. Tú y yo quedábamos
congelados en un abismo en el que el tiempo no serviría de nada,
como no nos sirvió nunca antes.
Solo
que ya no era antes, sino mucho después.
Sonando:
“La chispa adecuada” de Héroes del silencio
No hay comentarios:
Publicar un comentario