lunes, 18 de junio de 2012

365 días

“Y se cortó las venas la ternura...”

365 días y una foto sin dormir. Es lo que hoy me queda de la noche en que empezó todo. Aunque empezase antes. Aunque naciese terminado. 365 días después tengo la densidad del aceite en mis recuerdos y el agua se me escapa entre las manos. Quisimos lo que no supimos pedir y ansiamos en el otro una valentía que se nos agotó para nosotros. 365 días después creo que siempre supe demasiado. Sabía que me mentías, sabía que sería una cabeza más colgada en tu salón, sabía que me harías daño. Si retrasásemos el tiempo multiplicando por al menos 8 esos 365 días, quizás sí habrías conseguido que te mirara a los ojos en vez de remendar anclas. Si ingresáramos más de 2.900 días en la cuenta del debe y volvieras a pronunciar las mismas palabras, quizás me habría enamorado sin remisión. Me habría negado a besar otros labios y tendrías bajo la almohada un corazón parado a menos que le inyectaras aliento. Te habría esperado siempre y un poco más aún. Me habrías astillado el corazón. Sin embargo, llegamos tarde a aquellos andamios y yo ya conocía todos los trucos. Ya era tarde para mí. Ningún juego de manos iba a hacerme caer si la apuesta latía en bandeja de plata. Lo peor que aprendí hace 2.560 días (sin contar bisiestos) es que no vale solo con querer, el amor solo no sirve.

Yo quise pero no supe.  

sábado, 14 de abril de 2012

Carne viva


Odio soñarte. Odio que con los ojos cerrados y el cuerpo vencido aparezcas cercano, sonriente, con una mano tendida y pierdas la otra entre mis rizos. Odio verte allí, con colores vívidos, mezclándome en tu vida como si ya no fuéramos materiales indisolubles en la saliva del otro, como si siempre hubiéramos podido madrugar las pupilas juntos. Odio soñar que vuelves, y que te quedas, para despertarme después, sola o acompañada, con tu nombre agonizando en mi boca.

Odio que aparezcas ahí, siluteándote entre mis absurdas ilusiones; que allí me mires, sonrías de verdad, con los ojos, como solo una vez te vi hacerlo, y me digas que todo es posible. Que, allí, me beses sin prisa, como si todos los minuteros contuviesen el aliento y allá fuera la lluvia de este abril asfixiante se hubiera contenido a medio camino. Respetando las azoteas en las que aún escondo tu recuerdo.

Odio soñarte y que en ese duermevela obtuso en el que te resguardo, aparezcas y digas la palabra exacta que desconecte mis ganas de huir, que allí, en el etéreo momento en el que siempre has estado sin estar, me hilvanes cada acre de mi cuerpo a tu mirada bicolor. Y siempre es donde la realidad se moldea, donde extiendo la mano y no te evaporas, donde las yemas de mis dedos pueden entretenerse en cada escalón del camino ascendente de tus vértebras. Allí donde cierro los ojos y tu olor es real y no el recuerdo ausente que me asalta cuando menos te respiro. Allí donde aun existe algo muy parecido a la fe.

Aunque yo, que siempre fui atea en todo aquello que me incumbía, prefiero soñarte a que me asaltes de madrugada, despierta, sabiendo que los caminos demasiadas veces se vuelven irretornables. Prefiero soñarte a que me atormente el recuerdo. Prefiero soñarte en falso a que aún duelas en carne viva.

viernes, 6 de abril de 2012

Mucho después que antes

Y ahí estabas, como antes, pero mucho después.

No llevabas ninguna de esas camisetas que siempre te decía que te quedaban pequeñas, ni me mirabas ni me aguantabas la mirada y solo querías acabar. Conmigo. Con ese nosotros que nunca escribimos.

Y ahí estabas, mucho después, diciéndome que de verdad habías sentido algo, diciéndomelo ahora, cuando ya no quedaba nada. Diciéndomelo ahora, cuando yo ya no podía hacer nada. Allí, en ese lugar en el que nunca nos besamos, me decías que tú sí habías conseguido olvidar algo que yo nunca creía que pudieras recordar.

Entonces, en este mucho después que es ahora, yo aún recuerdo las noches de verano, los besos furtivos, los libros, el olor a ti en mi piel. Esa sensación pegajosa de permanente alerta no fuera a reventar una caja a la que estaba pidiendo demasiado. El miedo constante a concederte lo que nunca creí que quisieras más que como trofeo. Las alambradas, las canciones y todas las noches que quise dormir contigo y no lo hice. Mi huida final, en otra cama, solo por sentir la evidencia de tener aún el control. La certeza, después, ya tarde, de no tenerlo. Y justo antes del estallido final, las ganas de besarte.

Ahora, cuando ya es mucho después, da igual que tenga a mis pies una caja hecha añicos. Ahí estabas, como antes, para decirme que nada volvería atrás, que nada avanzaría tampoco. Tú y yo quedábamos congelados en un abismo en el que el tiempo no serviría de nada, como no nos sirvió nunca antes.

Solo que ya no era antes, sino mucho después.

Sonando: “La chispa adecuada” de Héroes del silencio